Artes de México

Nopal para el “fuego nuevo”

15/09/2019 - 12:01 am

El número 59 de la revista-libro Artes de México es una oda a este especial cultivo, cuya versatilidad no cesa de sorprendernos. Ciertamente el nopal y sus frutos son un gusto adquirido y ayuda el tener todo un bagaje cultural en el cual algo tan simple como un cactus llega a tener un estatus de símbolo espiritual que forma parte crucial de la identidad nacional. Mucho se habla del maíz, pero no podemos dejar de lado el valor que el nopal ha tenido y sigue teniendo en las vidas de los mexicanos y en el mundo.

Por Lisa Grabinsky

Ciudad de México, 15 de septiembre (SinEmbargo).- Si el cuerpo de los mexicanos está hecho de maíz, entonces su corazón debe ser un nopal y su sangre el jugo de una tuna. Desde tiempos de antaño el nopal y sus frutos han sido símbolo de la espiritualidad en México, además de ser alimento, sustento económico, deleite, medicina, material de construcción e inclusive arte; el mismo Diego Rivera mezclaba sus pinturas con nopal y cal para la mejor preservación de sus murales. El número 59 de la revista-libro Artes de México es una oda a este especial cultivo, cuya versatilidad no cesa de sorprendernos.

Comenzando con una remembranza de las representaciones del venerado nopal en tiempos prehispánicos por parte de Helia Bravo Hollis, se nos presenta el panorama de sus usos, que van desde talismanes o remedios en prácticas rituales, hasta la obtención de la tintura roja obtenida de la grana cochinilla cultivada en nopales denominados nochtli, la cual se creía era la sangre de la penca misma. Asimismo, su uso como alimento, como medicina para afecciones del calor y de la bilis, y hasta como lubricante de llantas de carruaje, convirtieron al nopal en algo más que una planta de ornato en el palacio del virrey de la Nueva España.

Jaime Carral, Pencas, 2000.

Posteriormente, Dominique Dufétel y Gutierre Tibón nos hablan del nopal en la cosmovisión prehispánica. Cópil —hijo de la luna Malinal Xóchitl– era sobrino del Sol, es decir, Huitzilopochtli, de quien deseaba vengarse por abandonar a su madre. Sin embargo, Cópil es vencido por Huitzilopochtli, quien lo asesina en un cerro desde el cual lanza su corazón hacia el vacío. Éste cae en el lago de Texcoco y a partir de él crece un nopal, del cual un águila convierte en su hogar: indicando así el lugar en donde tiempo después floreció la Gran Tenochtitlán. El águila sobre el nopal representa a Huitzilopochtli en actitud guerrera. Sin embargo, no es una serpiente la que devora, sino una tuna. Cuando Cortés llega a México, entre los regalos que se le enviaron, hubieron algunos que contenían representaciones de tunas en materiales preciosos. Esto pudiera interpretarse como si Moctezuma estuviese entregándole las “llaves de la ciudad” y con ello, al pueblo mexica y su sangre.

El nopal fue también parte vital de los pueblos chichimecas del norte. Ellos se referían a él como “la posibilidad de vida”, pues la tuna era la base de la dieta nómada chichimeca. Además, como parte del ritual de guerra, las mujeres disparaban una flecha a una penca de nopal rellena del jugo rojo de las tunas. El nopal era visto como un dios que da su sangre —representada por el jugo de tuna— para fortalecer a los hombres. Como agradecimiento, los hombres debían ofrecer a cambio sangre al sol.

Froylán Ruiz, Cristo, México y Manuel, 1991. Óleo sobre tela. Colección del artista.

Hoy en día quedan vestigios de algunas tradiciones relacionadas con el nopal, sobre todo aquellas del calendario prehispánico. Por ejemplo, el día 10 del antiguo calendario era el “fuego nuevo” de cada mes, así como los cinco últimos días del año (nemontemi) eran de mal agüero. En Yalálag, Oaxaca, existe un pueblo zapoteco que cree en los días de mal agüero y para combatirlos utilizan nopal tanto para encender el “fuego nuevo” como para elaborar máscaras con espinas en la parte externa que protegen a los niños.

Por otro lado, el cultivo del nopal y la producción de sus frutos (pitahayas, tunas, xoconostle) siguen en pie para el sustento de muchas comunidades en las zonas centro y norte de México. Los testimonios de la infancia de Félix Lara en Milpa Alta, nos hablan de la estrecha relación de cariño con la tierra que se les inculca a las personas del campo desde temprana edad a partir del cuidado de las pencas de nopal. Para comunidades otomíes del Valle del Mezquital las tunas blancas que llevan a vender a la Ciudad de México son vitales para su sustento. Por ende, protegen sus nopales a toda costa de animales, plagas y la podredumbre. Este cuidado requiere mucho trabajo, así que deben pedir ayuda a sus vecinos cuando es temporada de siembra. Tanto en Milpa Alta como en el Mezquital, la tierra se bendice antes de cultivar los nopales.

Rodrigo Pimentel, Cerco, 1955. Óleo sobre tela. Colección del artista.

En su maravillosa aportación a la revista, Eugenio del Hoyo presenta un elogio a las tunas como golosinas y como medicina para la gente de San Luis Potosí y de Zacatecas, en donde se pelean por quién las produce más ricas. Las tunas son sustento y símbolo de elegancia en banquetes, equivalente al té inglés en esta región, tanto así que “un otoño sin tunas dejaría de ser otoño”. El comercio de tunas en puestos callejeros era todo un espectáculo, con vendedores que poseían una gran habilidad para pelárselas a los consumidores con un cuchillo sin tocarlas con su mano en ningún momento, además de un talento para pregonar su producto. Todo ello terminó cuando la Secretaría de Salubridad dictaminó que la venta de tunas debería realizarse teniéndolas previamente peladas y colocándolas en recipientes con hielo para protegerlas de las inclemencias del tiempo, pero arruinando el sabor.

De hecho, la cáscara permite el transporte y la conservación de la tuna y sus jugos, pero existen un sinfín de otras maneras de procesarlas para preservarlas por más tiempo, como en dulces típicos (la miel de tuna, el queso de tuna y la melcocha) o colonche, un licor de consumo local. Y como nada se desperdicia, las cáscaras sirven como abono o como alimento para animales.

Rufino Tamayo, Perra rabiosa, 1943. Óleo sobre tela. Museo de Arte de Filadelfia.

Finalmente, este número de Artes de México termina con una dosis de humor en torno al nopal. Paco Ignacio Taibo I nos dice que tantos textos serios y científicos se han escrito sobre este cultivo, que a él como escritor sólo le queda presentarnos un texto ligero sobre una planta que demostró —al espinar a Fray Bernardino de Sahagún— que los habitantes de México se saben defender. Por su parte, José Luis Bermeo cierra esta edición contándonos una anécdota del tiempo que pasó en Chad, en donde también se dan los nopales, y cómo convenció a un grupo de personas, durante un periodo de escasez, a cosecharlos, limpiarles las espinas (labor que tuvo como consecuencia que todos se llenasen de aguates) y comerlos asados con lo único que había: sal. La gente de Chad los comió, pero estos babosos nopales africanos no fueron de su gusto.

Ciertamente el nopal y sus frutos son un gusto adquirido y ayuda el tener todo un bagaje cultural en el cual algo tan simple como un cactus llega a tener un estatus de símbolo espiritual que forma parte crucial de la identidad nacional. Mucho se habla del maíz, pero no podemos dejar de lado el valor que el nopal ha tenido y sigue teniendo en las vidas de los mexicanos y en el mundo.

Consigue la revista “El nopal”, número 59, a través del siguiente enlace.
https://catalogo.artesdemexico.com/productos/el-nopal/

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